Propongo otra visión de mi cara, las sonrisas no son un escape a ningún lado, son una sentencia, otra eternidad siendo el mismo, igual de responsable, igual de culpable, igual de idéntico.
La sentencia se dicta siendo sonreído y sonriendo. El estremecimiento facial previo es el juicio, estás perdido. El segundo anterior es ese pasillo larguísimo, banco y más limpio que el pliegue de pellejo donde guardabas hace años tu esperanza, es un parto inverso, es el viaje al patíbulo, el segundo previo es mi cara de mala gana, cara de qué importa, cara de misterio desentrañado (destazado y con el tobillo atravesado por un gancho, paseando por el matadero, decapitado soltando sangre y tripas llenas de mierda, llenas de vida al fin y al cabo, regodeandote hasta la sonrisa al ver a los novillos nuevos que se llevan todo por delante), cara de injustificable, cara de pena aceptada y amiga, una irreductible mirada de cadáver complacido, mi cara es franca como una puñalada lenta en el esternón, es como apoyar tus nalgas (hoy hermosas) en el muro y mirar al batallón de fusilamiento: no hay actores, no hay más que humanos, cagándose los pantalones o sonriendo. Mi cara es cinismo que te muerde las bolas. Es la diarrea que te cae encima y te quema el pecho, no te sacudas, estás atado, mi cara es infalible.
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