viernes, 30 de septiembre de 2011

Parecido a la nada.

Donde todos zozobraron
yo me erguí en victoria
Donde no miraron
me revolqué en la gloria
Donde juzgaron vano
yo fui profano.

Me voy con botas de roble
me voy así con manos tiznadas
me voy con gesto pobre
así, parecido a la nada.

Pobreza.

En los Días de mar y vientos
en las arrugas de los viejos
entre los dedos de sus nietos.
Entre todo este tiempo
ha de haber un momento
tan secreto y violento
en el que surques mi aliento.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Él no.

Él no necesita cerebro,
es locomotora, tractor, empujón,
seguir yendo, siempre hacia adelante,
sin perdonar, sin cuestionar,
Hacia allá va, ejecutando titubeantes.
implacable, irreductible,
sin compasión, sin gesto,
una masa uniforme pujante,
arrastrando en su compás antipático.
Te acaricia, torpe,
derrama tus días, pobre.

A la vida.

Te veo ahí, quieta, helada,
torpe, tus ojos no valen nada,
con tus manos de mono,
tu nariz grotesca,
tu boca torcida
y tu mirada estúpida.
que poco audaz,
estás ahí, impávida,
patética, desentrañada.
Ahí, somera,
siendo el instinto
sin serlo,
y sos púdica
y fresca cuando lejana.
Y sos una ciudad de prisiones,
bosque en todas direcciones,
y sos hermosura hipotética,
sos la pura verdad esquelética,
sos un montón de ruido,
color, luz, quejido.
Elegir la agonía es vivir,
la intención de no morir.

Geografía Ocular.

El fetiche te lame los pies y el sudor,
los ojos te mojan arcadas de pudor.

Quiero que alguien se atreva ahora mismo
a decir en mi cara que esto no es un abismo

¿qué más quisiera yo que ser lo que aborrezco?
¿y qué puedo hacer si no lo merezco?

Algo que gira sobre mi cabeza,
un sol que no importa, un dios fútil de belleza.

Una hermosa dama inútil para mis manos,
mis dedos no la explican, ni mis ojos mundanos.

Los míos son los días grises y la luz de la luna,
las horas primeras y nefastas de la bruma.

Caminar el traqueteo de mis huesos maltrechos
boca arriba las noche velando en mi lecho.

La llovizna fina, helada, en la ciudad te engaña,
extrañado, enrarecido, Montevideo es pura entraña.

Los gigantes de metal siempre se mecen, no se van,
los obreros agrisados, rompen, golpean, beben más.

El tipo triste, fúnebre de mil noche que dolían,
inexperto, torpe, acorralado a la luz del día.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El dolor.

Me achacas mi penumbra.
El dolor es un punto de luz,
como un túnel por el que entra,
con hábil saña, un tentáculo de agonía,
el túnel ilimitado, el tentáculo inagotable,
el punto vacío, voraz,
mi mundo en un punto de luz.
El asco me acorrala, me entumece,
me desquicia el dolor soberbio, poderoso,
desvanece toda paz y toda inquietud,
el dolor lo cubre todo con sus tentáculos,
llega a todo y me arrebata,
sin remedio, pobre loco,
me sostiene el viento fresco de hombre solo.

A la santa.

Y la turba y el cencerro que los lleva
me achacan una vaga pulsión distorsionada.
El universo se masturba y eyacula sobre mí,
la frustración gime y la callo a patadas
y no tiene sangre que brotar de su nariz,
gimoteaba una vez más sobre mi espalda.
Malditos tus días soleados, tus manos
y las manos del señor que te han tocado,
te han magullado las carnes,
reblandecido los cuernos.
Son como la vida de la mujer tibia,
somnolienta, eternamente aletargada,
su encanto taciturno que me invade.
La vida babeando en la ventana,
la vida llena de orgasmos, enjaulada.

Adiós resentido.

Me estremezco
y nada se conmueve.
Sólo yo estoy cómodo
cuando llueve.
Te vi irte por la brisa azul
irte por la lluvia de agosto.
Te vi irte en aquella carroza imperdonable,
que nunca cicatriza.
Entre las paredes mugrientas
de olor ya tan familiar
me quedé hincado
con las manos que tiemblan
cansado de tanto sudar
rincones de horror y tinieblas
atiborrados de oscuridad.
No sé nunca -estremecido-
si es por tu aroma o por el frío.

I.

Ahora
adoro hasta tus carraspeos,
tus ojos me martillan,
sólo tus ojos brillan,
y en tu cara
a la luz de mi sombra,
cientos de lunas
no me nombran.

Ahora
entiendo a los hombres muertos,
a los que se cortan las orejas,
los que se arrancan los ojos,
que cercenan su lengua,
y más que nunca
a los que se cuelgan.

jueves, 8 de septiembre de 2011

No encuentro la luna.

   Un cuerpo desnudo, poco atlético, sin un solo pelo, cayendo en una inmensidad negra que lo traga, es minúsculo, agita sus miembros sabiendo que es inútil, su cara está en la sombra, no la veo, sólo puedo mirar su nuca y sus orejas blancas y brillantes, como lustradas, su cuero cabelludo gris y sus orejas salientes, sus piernas son angostas, no parece fuerte, cae.
   Estoy en el suelo, está lloviendo bajo una luz gris, estoy sobre un charco de unos centímetros de profundidad y mi sangre se mezcla con el agua bajo la superficie, mis manos tiemblan y mis piernas se enfrían, las gotas me caen en los ojos y la boca, y soy todo herida, el mundo se limita al dolor punzante de la herida, la herida, la herida, miro el cielo gris oscuro con algunas betas claras, los árboles se mueven rítmicos con coreografía de vaivén bajo las ordenes del viento, no hay personas, la lluvia no es fuerte, el frío sube, a nadie importa ésto, mis manos dejan de temblar, una gota me cae en el ojo y no reacciono, soy todo herida.
   La vida es amor a borbotones, es una nube corazones inmensos de color rojo chino que estallan y desprenden un polvo color rosa, muy dulce, huele como a colonia de prostituta o de niña pobre. A un lado yo, en ese espacio ingrávido, un desprecio inmenso, un indescriptible crujido y el sabor a sangre me alejan de la nube, nauseas me alejan de la nube, la nube no se mueve, la nube no es para mí.
   Un hombre obeso, el asco es un hombre obeso, en un cuarto lleno de luz y mugre, atestado de él, su piel es blanca, algo amarillenta, tiene pelos muy negros, no muy largos, apenas curvos y algo separados, cubren todo su cuerpo, con estos pelos retiene el sudor y el cebo que lo empapa por completo, y él sonríe asquerosamente, el morbo le hincha como un globo perdiendo su forma en manera escalofriante, se regodea con nuestros escalofríos. Se sienta sobre tu cara, deja caer sus colgajos sobre todas tus sedas blancas y frías, se revuelca en tu piel y llena alevosamente tus manos de saliva, hasta los codos, se relame y el estremecimiento te rompe los huesos. A su sombra crece la ira, ese hombre flaco con los ojos hundidos en la cara, casi no tiene labios ni bello facial.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Asesinos.

     Es grave la desnaturalización que se comete de parte de la población sana para con el asesino. Yo mismo asesino esperanzas cada vez que puedo, y sueños cada vez que amanezco, y a mi mismo cuando los contemplo exánimes en el suelo. Esa niña tan bonita con su vestido color amarillo claro asesina las flores que arranca inútilmente, y que no serán frutos ni semillas, lo que a nadie parece importar. Usted, usted mismo asesinas seres miserables todo el tiempo, cada vez que no se para a pensar en lo que sea, mueren miles cada día, condenados a ser dados por sentado. Así es que todo tipo de asesinos viven y asesinan a cada grado de giro de este planeta lleno de asesinos, por lleno de seres vivos.
     Moribundos, hijos y enfermos asesinando doctores, haciendo que le vuele la tapa de los cesos sobre el diario recién abierto, o bien haciendo que el pecho les explote mientras cagan una mierda muy oscura (vida en su máxima expresión). Niños asesinando hormigas y padres desempleados. Todo el tiempo hay navajas afilándose, veneno gestándose, venganza urdiéndose, y balas dando en los muros, pero no matan a tantos. No matan a tantos como las propias balas, que llenan el muro -recién pintado, hiperdiseñado- de cerebro sobre exigido y afanado por completo en vano.
     Asesinos somos cuando dormimos hasta tarde, y cuando respiramos fuerte después de eyacular, y cuando no abandonamos la realidad ni un minuto (soltarle la mano en la multitud y que se pierda y patalee un buen rato), y masacramos nuestras alimañas cuando caemos rendidos en el suelo, tras un día pesado de trabajo, para arrastrarnos por toda la cuidad, como una migración de caracoles gigantescos, cuando termina el día. Asesinamos a nuestros hijos, a nuestros padres. Asistimos a nuestro homicidio cuando no podemos dormir, cuando la ira se coagula, cuando nos ponemos ciegos de sopor y suspiramos profundo para intentar no dejarnos morir tan así. No seas cobarde, tus manos no están limpias ¡Toma su vida mientras esté tibia!