martes, 25 de octubre de 2011

Cronos.

Saturno devorando a un hijo
Francisco de Goya, 1819-1823
Este lunes, maldito como todos, también es mi culpa. Veo los ojos negros de vació. Cronos, el viejo barbado, flaco, sólo lleva su piel y pelo. Siempre es tarde, mi espalda está en el suelo, Cronos hincado y bestial desgarra mi abdomen con sus dedos finos, helados, todos carne; me arranca las entrañas a tirones, las engulle muy lento con gesto satisfecho, vuelve a tirar de mi tripa ensañado, en sus ojos ajenos, aún a él mismo, se ve una carencia desmesurada e insaciable, la tripa revienta por el tirón y mis mierdas a medio urdir vuelan, no hacen mella. El último tirón, la última sacudida a mi cuerpo inerte, a mis ojos terriblemente inexpresivos. Se aleja andando sobre su hambre el insatisfecho, el feroz Cronos, el inclemente.

Penuria.

El monstruo se incorpora
Aunque el tiempo
Aunque rechine el viento
corren en mis carnes
piernas de otro tiempo
Explorando mis reductos
(tugurios de mí)

Estoy muerto
sangrando en blanco y negro
no te preocupes,
no sería la tercera vez
No me mires con esos ojos frescos
que mienten,
que huelan tus ojos francos
como suburbios en madrugada
con olor a pan tibio.

Llega el barranco
ese reborde áspero,
esa grieta
dura como el golpe
de la navaja con el hueso,
justo cuando advierte
haber atravesado la carne
tan permisiva
y haber llegado insidiosa
al fondo del abdomen.

viernes, 21 de octubre de 2011

Amanecer


Te tomo del brazo
¡corre!
¡la bestia asoma!
te arrastro feroz con horror
¡Corre, mujer!
¡el monstruo viene!
corre al horizonte oeste
que la mañana es un engaño
terso como una espada
que te arranca las calladas
horas de la madrugada
las aves no cantan
¡advierten, alarman!
¡corre! todas las mañanas
al horizonte oscuro
sálvate del alba
de la luz agreste
el astro no te alcanza
en el horizonte oeste.

Los hombres buenos lloran.

En su camisa blanca, desgarrada y sucia de sudor y tierra, manchada de buen nombre: Chilló entre todas esas lágrimas y esa saliva, soltó un lamento justo, un reclamo imposible, pronunció algo tristísimo, inentendible entre toda esa saliva angustiada y los ahogos que exija su laringe. No hubo respuesta ni quorum. Cayó de rodillas el hombre bueno, primero la derecha, después las demás. Mirándose las manos con dolor (enormes pero inútiles, traidoras) soltó un plañir de martirio dictado, de injusticia consumada, con toda esa robusta y áspera pena pujando por salir toda junta por su cara y su garganta. Así lloran los hombres buenos, los ingenuos que terminan destartalados sobre sus rodillas humilladas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Mi cara infecciosa.

      Propongo otra visión de mi cara, las sonrisas no son un escape a ningún lado, son una sentencia, otra eternidad siendo el mismo, igual de responsable, igual de culpable, igual de idéntico.
La sentencia se dicta siendo sonreído y sonriendo. El estremecimiento facial previo es el juicio, estás perdido. El segundo anterior es ese pasillo larguísimo, banco y más limpio que el pliegue de pellejo donde guardabas hace años tu esperanza, es un parto inverso, es el viaje al patíbulo, el segundo previo es mi cara de mala gana, cara de qué importa, cara de misterio desentrañado (destazado y con el tobillo atravesado por un gancho, paseando por el matadero, decapitado soltando sangre y tripas llenas de mierda, llenas de vida al fin y al cabo, regodeandote hasta la sonrisa al ver a los novillos nuevos que se llevan todo por delante), cara de injustificable, cara de pena aceptada y amiga, una irreductible mirada de cadáver complacido, mi cara es franca como una puñalada lenta en el esternón, es como apoyar tus nalgas (hoy hermosas) en el muro y mirar al batallón de fusilamiento: no hay actores, no hay más que humanos, cagándose los pantalones o sonriendo. Mi cara es cinismo que te muerde las bolas. Es la diarrea que te cae encima y te quema el pecho, no te sacudas, estás atado, mi cara es infalible.

Narraciones de primavera.

        Miro el cielo mientras camino y pienso que quisiera estar ahí en ese letargo nuboso, blanquecino. Advierto que mis pies siguen caminando mientras fantaseo entre nubes blancas , rechonchas y estúpidas; y las grises, algo más suspicaces. Mis pies aún marchan con mi consentimiento implícito, esquivando charcos, piedras, sanjas, mierda, niños, viejas y perros. Cabalgando el automatismo más asqueroso. El mundo desfila frente a un vidrio y se inventa que es un espejo, escucha su meada dar en el suelo y se imagina que son aplausos. El mundo está tapizado de dioses y reyes que se pavonean y valen menos que una cagada de puta, llena de lubricante y semen amarillo.

       Después de escribir me siento con un aire de haber cagado una enfermedad horrible, sin sonrisa pero complacido. Liviano, triunfador en mi propio juego, cumplido, mío. Habiendo defenestrado un par de ídolos me siento como la bala de un antiguo western, que surca una escenografía barata de pueblo polvoriento con caballos, indios, vaqueros, cantina, botica, sheriff y prostíbulo obligatorios, riñas públicas, borrachos y un cementerio verdaderamente poblado. Y soy como esa bala que mata al bueno. Injustamente, cruzo entre sus harapos de utilería y su mugre ficticia, y le muerdo un costado, rompo su costilla flotante, atravieso un riñón, revoto en otra costilla, trituro el hígado, vuelvo a revotar desde el esternón y perforo el pulmón sin problemas para estacionarme irónicamente cerca de su corazón intacto. El hijo de puta que me disparo desde el suelo, herido, sonríe y muere adivinando el final de su obra. El héroe pusilánime inspira hondísimo y cae de rodillas con ojos y boca muy abiertos, tratando desesperado de atrapar algo de lo que se le escapa, sus manos se rinden, su espalda golpea el suelo sin revotar y se levanta una nube de polvo insolente.

       Aturdido, desenfocado, le como las nueces al capitán, mudo, dientes de cobra, alfombras árabes y chaquetas color rojo pútrido. Un viento helado que tiembla, tirita, entre tus huesos. Tu entrepierna tibia y tus espaldas adecuadas. Tus ojos solemnes de olor dulce embriagante, tus muslos jóvenes me enternecen, otra vez tus ojos, más negros que nunca, negros como tu pelo, largo como mis cavilaciones de día nublado, ondea como el viento entre los árboles del monte tupido, ondas tan hermosas como el horizonte desértico, mosaico de dunas destilando esperanza de oasis fresco, amoroso, cautivante, me pierdo en tu oasis.

       El hombre que se caga los talones, los tobillos, revientan los tendones, destroza los mordillos al choque eléctrico en la sien. Hombre que habla con una voz terrible, que aterriza tan tremendo. Su mirada es un hacha y su parpadeo es como el chasquido nefasto del arma fallando, quebrándose, destrozando los huesos de su mano diestra, un hueso se le clava en la ingle, otros se pierden en el suelo amplio.

La mirada.

Te mandé cartas
y estaban marcadas
y tantos poemas
que no valían nada.
Respiré borracho
tu mirada entrecortada
cuando te hundiste en mi sien
sin decir nada.

***

Y te vi
y no eras toda sombra.
Y no te vi
y algo te nombra.

***

El rojo de mis párpados
al mediodía
cuando todo es mármol de agonía
porque la suerte buena
no acude ni abandona
cuando tu retrato gris
no te llora
porque tus manos
níveas de candor
se hacen humo en el sopor.

sábado, 15 de octubre de 2011

Extremaunción.

El tiempo te trajo
una cara cansada

me pasó un invierno
mendigando recuerdos

de cuando amábamos
nuestras manos

pero el tiempo te amó más
te cobró de mi deuda

te fuiste yendo
plumón en el viento

el amanecer de enero
nos descubre ajenos

el sol de verano
un domingo desierto

flores de plástico
y un cenicero

pechos de lápida
gestos de entierro

esquivando miradas
buscando aquél cielo

y tus manos templadas
tus ojos de loza

tu mirada es ante todo
la cárcel más hermosa

La noche

La noche
los horizontes borrados
tus ojos
mundos encontrados
tan sórdida
come silencio la negrura
en la enorme llanura
me turba la inmensa nada
más que sola
más que plana
ni horrores contiene la desalmada
inabarcable esta espesura desprovista
tu rostro me fulgura en esta noche tormentosa
en ésta, mi alma cenagosa
y me recuerda este bosque de trombas
a tu voz cuando me nombra.
Niña color de amanecer
de llovizna antes de ayer.
El alba nace rota
como el plañir tierno
que me brota
del cielo mojado
de tu alma ignota.
Mujer de día ventoso...
Tú conoces mi calabozo.

Paciente.

Nunca te olvides
de cambiarte mis vendas
de limpiarte las tripas
de lavarte la cara con mi saliva
de secarla con mis ojos
y de comprar
en la otra esquina
mis piedras
que morder el polvo de siempre
ya me enferma.

jueves, 13 de octubre de 2011

Discurso de un patético.

Me estremece la textura de la cuchilla
abrasando tu piel,
tersa como las nubes en primavera,
suave, algodonada.
La cuchilla finísima, helada.

No puedo imaginarla,
y tu esperanza se estremece más
mirando fijo a la nada
Ella lo advierte: es infundada.
Y yo con mis objeciones
no puedo dejar de evitar
esa pulsión que me lleva
que me empuja siniestra
a esa boca tuya
a ese gesto tuyo
que lejos me hace nulo
flaco y sin sentido
sin razón, sin alivio.

esos rincones que me acorralan
abismos que me arranca quejidos
gemidos de animal herido
dictando sentencia
culpable de mi propia carencia.

Improvisación Nº 25198

Días, días buscando la silla
clavando la mirada en otras maravillas
ojeando uno por uno los cubos
comiendo, masticando los nudos
corriendo, preparando la viga
la construcción primitiva
llevando una espada de espuma
la proclama, primera frescura.

sábado, 8 de octubre de 2011

El regalo de Camila.

Busqué torpe
un pedazo de mi alma que regalarte
una vez más: nada
el mundo no me contesta
y las vitrinas no me reflejan
nada que ofrecer
otra vez
un pedazo de papel.
No espero que esto
y mis ganas de sonreír
sean suficiente.

No puedo.

No puedo, no alcanzo
no vasto para amarte toda
puedo amar tus ojos
tus formas oportunas
tus músicas lingüísticas
los arabescos de tu pelo desidioso

tu lengua en las consonantes
tus labios en las vocales
la tersura de tus lóbulos
los silencio complacientes
los pequeños bellos rubios
tus suaves ideas frescas
el espacio entre tus cejas

(cuando se mueven con gracia,
con impulsos naturales)
tus ocurrencias como balas
tus miradas pinceladas

tus manos tan reales
puedo a amar cada uno de tus lugares
pero nunca al mismo tiempo
no soy suficiente
y ni siquiera lo intento.

Desidia.

El mundo está ahí fuera
yéndose a ninguna parte
y no hay temblores
¿qué importa el mundo?
cambiante de color
¿por qué?
Las cosas mueren, señor
se entumecen, se pudren,
¿Qué importa salvar al mundo?
sería como robar basura
y sentirse culpable
como probar tu tersura
y sentirse lamentable.

Entrañarte.

No me beses cuando me vaya
quiero extrañarte sofocado
tembloroso, enfermizo
perdido en fiebre lírica
cegadora.

Entrañado, en carne viva
quiero extrañarte brutal
furioso, violento
quiero extrañarte moribundo
agónico,
antes de la sombra: muerto

Desesperando sudor helado
quiero necesidad de correr a tus manos,
nudillos, falanges, dedos
ajeno, afanado
a tu mirar, a tu pelo

Sentarme turbado a la luz tenue
cuando más calmo
mirarme las manos
perplejo, necesitado.

Casi por desgracia.

En la mañana
es todo más inocente
y triste, melancólico, simple
En sol ajeno y fulgurante
funcionario inapelable
un día nuevo empezando
pero el mundo está cansado
Los gorriones no se enteran
de mi mal sueño
de mi mal genio
cantan, chillan,
desdibujan mi paz inquieta
de muerto reciente
gimen, gritan
me apuñalan
como si no hubiera mañana
y siempre lo hay
casi por desgracia.

Ella podría.

Ella no parece mucho
ella no huele a nada
pero podría tragarse un incendio
podría lamer el infierno
y él se doblaría.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Una ironía.

Siempre yo, de pronto tú
y fuiste mis ojos
yo era quien era mi rostro.
Frágil, grosero, tosco.
El grito brusco:
llegar tarde a tus mundos.
La  fiebre estrellada,
no era especial,
no veías nada,
sonreías igual.

El azote.

Mi día es una llanura rasa
cintos de vientres hinchándose al sol
desesperación.
Porque somos demasiados.
Demasiado agónicos
demasiados impulsos.
Multitudes de peces negros.
Hombres, Mujeres y niños muertos
auscultan, husmean,
revuelven, merodean,
los viejos, los andrajos,
los que mueren boca abajo.

aquel Hombre nuevo.

Encharcado hombre lodoso,
una mañana te despiertas vencedor,
una noche te descubres victorioso
entre los vientos de antaño.

Otrora, los hombre como tú
erguían espaldas plenas.
Hombres como tú,
siempre cucarachas,
maravillas rastreras,
más o menos derrotados,
nunca mancillados.

La contienda: ficcional,
sabor de piedra mordaz.
Hombre empolvado,
subyugado mas tenaz,
forjado entre llamas:
Lo que a ti te pertenece 
es el pasado mañana.

lunes, 3 de octubre de 2011

Todos van

miles, millones
yendo al mismo lugar
a ritmo
amando al mismo mito
temiendo el mismo abismo
comiendo y excretando
del mismo modo
al mismo tiempo
al compás matan
violan, gritan, aman
insultan, imploran, declinan
todos caminan
todos fornican
babean, se excitan
vomitan, mastican
sudan, se secan
todos todo en todas partes
y corriendo y agitándose
consumiéndose
propagándose
todos yendo al mismo lugar
muriendo del mismo modo.