La adoración a un dios extraterrestre
y la vehemencia de su voluntad.
La contumancia de las vociferaciones.
Aquel vejete sueño juvenil
de nívea esperanza y tibio sol,
de luna tras luna.
Lo etéreo,
lo platinado de aquella sonrisa lozana.
aquella esperanza férrea, hermosa,
constantemente mutante, constante.
La magia de tus ojos en los charcos,
la magia de tus helados pómulos
la magia del sol extraviado.
No la magia de dioses pulpo sin cara,
ni la de sus terquedades bruscas,
que en nuestro cerebro enterraron
como clavos al permisivo árbol,
con duras palabras.
Puños, violencia, y gritos, demencia,
cantos mustios al dios extranjero,
gentes extrañas sacándome el cuero.