martes, 21 de enero de 2014

Si fuera un señor con bigotes le diría por la calle a esa muchacha hacha hacha hacha...

Te llenaría de manteca ca ca ca ca
con los dedos dos dos dos
y te metería la cabeza de un golpe en mi culo culo culo culo
toda, entera era era era
ver hincharse la verga y sacudirse irse irse irse
hasta echar un chorro enorme de semen por la punta, unta unta unta
y romperte el cráneo con mi nalgas gas gas gas
como si fuera una nuez ez ez ez...

viernes, 10 de enero de 2014

Ida.

Me miró así. Así, como si exhumara niños feos sin el consentimiento de los tutores designados por el juez, ese, el segundo de atrás para adelante, el que salió duro del baño. Y me miran como si me masturbara entre el público del teatro, porque sólo me conmuevo cuando gritan. ¡No estoy tocando a las niñas dormidas! ¡no me mires así...! Te estoy mirando. Sí, otra vez empiezo pasado de intensidad, ya se me pasa. Mirame.
No parece mi culpa. Yo no lo mate, lo maté yo. Es el presente el que no se ha movido. Sigo ahí, en esa esquina, a esa hora, -con el tipo que apareció por la esquina, el que hizo como que miraba la vidriera, a oscuras, al lado de mi cara de homicidio, a media noche, sin sentido- sigo adivinando las preguntas ensayadas de tus respuestas ensayadas.
Te miro. Busco un retractarte, algún mecanismo, alguna palanca, un besar otra vez. No hay. Todo se va, todo se escurre y se deshidratan las manos que están al final de mis brazos, con ese aire fracturado, ese ardor frustrado.
Desgarro mis reptiles para enfriarme la cara, vuelan las escamas, pero -con permiso- me hundo en tu hombro. Mi cara es un cuchillo. Me disculpo. Hago una broma y algo más que se muere y se evapora. Otras cosas que se mueren con ese gesto en la cara del tipo que no es nada, que muere sin estar a la altura. Me desespero y me despeino con las dos manos. Meto repetidas veces mi mano un poco marrón en el pelo negro, ese, espeso que me se me amontona arriba de la cara, lo violento como nunca, como sabemos que no puedo hacer. Me toco la cara, te miro más fuerte. Hundo más la mano en mi pelo, dos, tres, ocho veces y lo cincho de bronca. No funciona. La cabeza tampoco, y se me escapa una porción de tiempo que guardaba para besarte.
Yo ya perdí la elegancia, ya me revuelco -aunque todavía despacio y con cuidado- en la dulce y esperable mierda. Pero vos no, a vos no te toca eso, no podría, así que corremos a que te vayas. No se apuran tus tacos rotos, ni mi carne, que ya va hecha tiras colgando de mis ojos. Como si todo fuera una escena berreta, pero por suerte, la calle céntrica y mojada de la media noche no nos mira pasar. Por suerte nos ignora el bar repleto. Me da vergüenza pasar al lado de los muertos que duermen en la calle. Y muy tarde me di cuenta de que la luna nos miraba impávida, estúpida. Llegando a la parada del ómnibus suplico, sintiéndome parásito y culpable, por alguna demora. Pero de todas formas te vas, que ya te habías ido, un poco, o que no, o del todo siempre, o que no sabemos dónde estabas.
Y vuelvo, dos cuadras arriba hasta Colonia, y una a la izquierda. Te miro otra vez, adivino siempre los diálogos, aunque no los memorice bien. Otra vez mi danza del perdido que parece programada, y que surge idéntica sin que yo intervenga. Otra vez morder de ojos y cara de aliento irse. Y te vas, una cuadra abajo hasta Mercedes, una a la derecha, otra abajo, y 8 metros a la izquierda.
Y no.

miércoles, 8 de enero de 2014

No vi la sangre.

No noté la sangre porque hablaba con ella
-en mi mente, claro-.
Ya no quiere hablarme así.
Me quiere otras cosas -adivino-.
No vi jamás el charco bordó
creciéndome como una fosa,
abajo de la espalda,
arriba de las baldosas.
Y veía sus pies pasar,
y los de ella también.
No vi la sangre porque la miraba mientras se cepillaba los dientes,
mientras se vestía con el pelo mojado
pegado a la cara
diciéndome que no la mirara,
sonriendo un momento a otro lado
y volviendo a mirarla.
No me vi la muerte porque la besaba
y la seguía por el pasillo,
la miraba desde la puerta de la cocina
saludando a los gatos.
No me vi sangrar porque todavía estaba un poco dormido
mirándola dormir un poco desnuda.
No vi la sangre nunca salir del pecho,
por los sobacos, enfriarse los pies
después las manos, empaparse la espalda,
hasta la nuca y apagarse en la frente.