III
André duerme, y despierta. Y otra vez duerme y vuelve a despertar consecutivamente, aunque a veces duerma dos veces sin despertar en medio (al menos no en apariencias).Pero al final, despierta, y aunque descansa su cuerpo, desde el límite de su cráneo hasta lo más profundo de su pulpa gris se cierne un sopor increíblemente denso, sus poblaciones internas viven en ráfagas de ciclones negros, inmersos en una sequía tan paradójica como terrible. Todo esto dura, en su porción más grave e insufrible, hasta al rededor dos o tres horas después de despertar, esto sea o no del todo.
A la hora en que Lecho lo llama, André se siente cruzado en tierra santa, esperando dormir con cimitarras. Aunque André apenas lo sospecha de vez en cuando, mientras prepara café o mira pasar a la gente por la ventana, duerme entre dos horribles damas. Ellas lo acunan y lo torturan con igual ternura.
André no lo sabe, pero ellas le suturan cada noche la sinapsis regular, y cauterizan los esfinteres, meten sus lenguas finísimas y heladas bordeando los ojos, a través del nervio óptico, y su saliva lo transporta y lo conduce por espasmos sangrientos, con paisaje de bestias desgarrando a sus hijos fantaseados, violando sus hipotéticos anhelos. Las damas abren su abdomen con negras y largas uñas, y le llenan la boca de sus intestinos y su propio desecho, y gozan las damas en esta danza convulsiva, se retuercen de placer lascivo, y llega el día y lo reparan con sumo amor... y lo devuelven casi como estaba, pero más sombra en las primeras horas.
Y André no tiene memoria de sueños, de paisajes de algodón y pechos de lirio entre sus manos, de Amor claro como una tarde de octubre, no tiene memoria de tazas de té en la casa de Amor, y no hay más que una fina incomodidad pendiendo como hilo de semen en la punta de su cuerpo. En el último instante ulterior sentía un desplacer cáustico, sentía tomar una rosa por el tallo y rasgar la mano.
André vive sin sueños, no tiene desagote su locura nocturna, ni su lisa sensatez diurna, pero se encuentra con sospechas de ultramar, del mar de sus sueños varados; se encuentra con la vida breve y llana como un soplar en el cuello de ella, aquella tal Quién-sabe; se encuentra con no poder abrir las manos y con besos en los párpados.