viernes, 21 de octubre de 2011

Los hombres buenos lloran.

En su camisa blanca, desgarrada y sucia de sudor y tierra, manchada de buen nombre: Chilló entre todas esas lágrimas y esa saliva, soltó un lamento justo, un reclamo imposible, pronunció algo tristísimo, inentendible entre toda esa saliva angustiada y los ahogos que exija su laringe. No hubo respuesta ni quorum. Cayó de rodillas el hombre bueno, primero la derecha, después las demás. Mirándose las manos con dolor (enormes pero inútiles, traidoras) soltó un plañir de martirio dictado, de injusticia consumada, con toda esa robusta y áspera pena pujando por salir toda junta por su cara y su garganta. Así lloran los hombres buenos, los ingenuos que terminan destartalados sobre sus rodillas humilladas.

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