Es grave la desnaturalización que se comete de parte de la población sana para con el asesino. Yo mismo asesino esperanzas cada vez que puedo, y sueños cada vez que amanezco, y a mi mismo cuando los contemplo exánimes en el suelo. Esa niña tan bonita con su vestido color amarillo claro asesina las flores que arranca inútilmente, y que no serán frutos ni semillas, lo que a nadie parece importar. Usted, usted mismo asesinas seres miserables todo el tiempo, cada vez que no se para a pensar en lo que sea, mueren miles cada día, condenados a ser dados por sentado. Así es que todo tipo de asesinos viven y asesinan a cada grado de giro de este planeta lleno de asesinos, por lleno de seres vivos.
Moribundos, hijos y enfermos asesinando doctores, haciendo que le vuele la tapa de los cesos sobre el diario recién abierto, o bien haciendo que el pecho les explote mientras cagan una mierda muy oscura (vida en su máxima expresión). Niños asesinando hormigas y padres desempleados. Todo el tiempo hay navajas afilándose, veneno gestándose, venganza urdiéndose, y balas dando en los muros, pero no matan a tantos. No matan a tantos como las propias balas, que llenan el muro -recién pintado, hiperdiseñado- de cerebro sobre exigido y afanado por completo en vano.
Asesinos somos cuando dormimos hasta tarde, y cuando respiramos fuerte después de eyacular, y cuando no abandonamos la realidad ni un minuto (soltarle la mano en la multitud y que se pierda y patalee un buen rato), y masacramos nuestras alimañas cuando caemos rendidos en el suelo, tras un día pesado de trabajo, para arrastrarnos por toda la cuidad, como una migración de caracoles gigantescos, cuando termina el día. Asesinamos a nuestros hijos, a nuestros padres. Asistimos a nuestro homicidio cuando no podemos dormir, cuando la ira se coagula, cuando nos ponemos ciegos de sopor y suspiramos profundo para intentar no dejarnos morir tan así. No seas cobarde, tus manos no están limpias ¡Toma su vida mientras esté tibia!
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