Estoy en el suelo, está lloviendo bajo una luz gris, estoy sobre un charco de unos centímetros de profundidad y mi sangre se mezcla con el agua bajo la superficie, mis manos tiemblan y mis piernas se enfrían, las gotas me caen en los ojos y la boca, y soy todo herida, el mundo se limita al dolor punzante de la herida, la herida, la herida, miro el cielo gris oscuro con algunas betas claras, los árboles se mueven rítmicos con coreografía de vaivén bajo las ordenes del viento, no hay personas, la lluvia no es fuerte, el frío sube, a nadie importa ésto, mis manos dejan de temblar, una gota me cae en el ojo y no reacciono, soy todo herida.
La vida es amor a borbotones, es una nube corazones inmensos de color rojo chino que estallan y desprenden un polvo color rosa, muy dulce, huele como a colonia de prostituta o de niña pobre. A un lado yo, en ese espacio ingrávido, un desprecio inmenso, un indescriptible crujido y el sabor a sangre me alejan de la nube, nauseas me alejan de la nube, la nube no se mueve, la nube no es para mí.
Un hombre obeso, el asco es un hombre obeso, en un cuarto lleno de luz y mugre, atestado de él, su piel es blanca, algo amarillenta, tiene pelos muy negros, no muy largos, apenas curvos y algo separados, cubren todo su cuerpo, con estos pelos retiene el sudor y el cebo que lo empapa por completo, y él sonríe asquerosamente, el morbo le hincha como un globo perdiendo su forma en manera escalofriante, se regodea con nuestros escalofríos. Se sienta sobre tu cara, deja caer sus colgajos sobre todas tus sedas blancas y frías, se revuelca en tu piel y llena alevosamente tus manos de saliva, hasta los codos, se relame y el estremecimiento te rompe los huesos. A su sombra crece la ira, ese hombre flaco con los ojos hundidos en la cara, casi no tiene labios ni bello facial.
Un hombre obeso, el asco es un hombre obeso, en un cuarto lleno de luz y mugre, atestado de él, su piel es blanca, algo amarillenta, tiene pelos muy negros, no muy largos, apenas curvos y algo separados, cubren todo su cuerpo, con estos pelos retiene el sudor y el cebo que lo empapa por completo, y él sonríe asquerosamente, el morbo le hincha como un globo perdiendo su forma en manera escalofriante, se regodea con nuestros escalofríos. Se sienta sobre tu cara, deja caer sus colgajos sobre todas tus sedas blancas y frías, se revuelca en tu piel y llena alevosamente tus manos de saliva, hasta los codos, se relame y el estremecimiento te rompe los huesos. A su sombra crece la ira, ese hombre flaco con los ojos hundidos en la cara, casi no tiene labios ni bello facial.
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