Caravanas de pacientes psiquiátricos. El desfile anual de maníacos. La población se agolpa tras las mamparas para ver sus ojos farmacológica e hipnóticamente vacíos. Las babas caen de ambos lados de la mampara. El rumor sólo cunde entre los ciudadanos honestos. Con el paso del días los comprimidos se extinguen, y con ellos la calma. -Por fin, putas grajeas concentradas, a esto venía.- La multitud viva al muchacho irreverente que lo dice desde lo alto de un puesto de vigilancia mientras algunos dementes se desnudan y otros se comen a un guardia del frenopático. Otros corren gritando -Allá, mi señor, llévalos contigo,
Pedid y se os dará, herejes, putas, mendigos, aniquilen a los ciegos, acérquenlos a la gracia del señor, sepultenlos con las entrañas llenas de tierra y tal vez no ardan en el infierno mientras los sodomiza su propia abuela.- corre y un bastón de policía le rompe la mandíbula, cae y otro desquiciado mete la mano en su boca sangrante llena de huesos en lugares incorrectos, tira con todas sus fuerzas hasta arrancarle la lengua, entonces grita mientras se quita la ropa para untarse la sangre: - ¡Que las palabras del señor broten de mi piel!- entonces cae fulminado de la excitación. Otro se arrastra por el suelo metiéndose al culo todo lo que allí encuentra. Un hombre recio, detrás de la mampara, reprueba tal espectáculo (éste espectáculo se organiza cada año, cuestiones de economía: sobran locos, falta distracción para los ciudadanos activos y productivos para la comunidad). Una panda de locos intenta saltar la barda pero el que se encuentra al extremo de la escalera estalla y riega tripas por todo el cielo. Los otros se tienden en el suelo a esperar la roja bendición mientras la población sana comienza a arrojarles enormes rocas desde los balcones. La sangre llueve primero, las rocas después: un enorme trozo de mármol aplasta la cabeza esquizoide y un ojo vuela muy lejos. Un reumatólogo desde su ventana avienta fémures -Calmen a las bestias- grita con ojos inyectados, tropieza y cae entre los enfermos que comienzan a lamerlo, muere después de horas por los golpes que le dan los espasmos ajenos. Los enfermos atrapan a las enfermeras más bonitas y las fornicas mientras otros sujetan a las más viejas detrás de ellos y mueren por los golpes de retroceso de los culos que se menean entrando y saliendo de las bellas jovencitas, la retaguardia del sexo siempre es violenta. Entonces: Los alto parlantes dicen con voz grave, autoritaria y solemne: -Saluden al
flameante presidente (Los mescalíes tienen por costumbre rociar con gasolina e incendiar las ropas del presidente para obligarlo a desnudarse). Entonces el presidente aparece en el escenario al final de la avenida, ata a la puta de turno a un poste (elegida por concurso, no olviden participar), se dirige al estrado, carraspea y dicta: - Ciudadanos, Pederastas, Maricas, Obreros, Putas de alta y baja clase, Drogadictos... ¡COMPATRIOTAS, HERMANOS! ¡OS ORDENO MARTILLAD! ¡MARTILLAD! ¡MARTILLAD!
El público enloquece, ellas se empapan, ellos eyaculan enviando esperma de un lado a otro de la avenida. El ejercito reparte armas blancas y garrotes entre el la población sana, los dementes derriban las mamparas... Se desata una verdadera trifulca, un neurasténico es molido a palos por un grupo de abogados importantes que lo reduce a un montón de puré de color roza ectoplásmico, una niña se come a mordiscones a un maníaco mientras su madre aplaude. Un grupo de psicópatas arrojan a todo el gabinete al mar, uno por uno, atándolos a catatónicos. Los esquizofrénicos (de todos colores) estallan hiriendo a gran número de pujantes. Los violadores son brutalmente sodomizados por ancianas realmente adorables.
PRESIDENTE- Comandante, suelten el espermicida, esta batalla campal ha ido muy lejos.
COMANDANTE (al radio de los aeroplanos)- ¡TORA-TORA-TORA!.
Los aeroplanos sueltan un polvo blanco sobre los ciudadanos en pleno pugilato. El espermicida se posa delicadamente como las blancas nalgas de la muerte sobre tu cara impidiéndote respirar hasta que dejas de moverte, entonces se retira con gracia. Nadie ha sobrevivido, ni señores, ni lunáticos, otro día amenace con un aire gris cadavérico, los rayos del sol entibian los montículos de carne inerte atravesando el polvo blanco espermicida que aún se suspende en el aire.
Y tras todo esto el mundo sigue girando.
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