miércoles, 23 de mayo de 2012

Acaezca.

Las horas posteriores de la noche adversa cuando las cuadras se hacen cortas y el aire es negro como un gato de ojos cerrados. Ojos como los que miran a distancia cautelosa mi andar preocupado.
Los instantes primeros del día más perverso, tocando las cosas chicas en los estantes de su casa, mirando el espejo oblicuo por no verme la pinta de muerto fresco, aún tibio, casi vivo todavía.
Cáusticos los momentos ulteriores de la vida inversa, repentina luz cegadora que me transporta a un campo verde obscuro; bajo un cielo gris que atenúa más el color del pasto, casi negro, frondoso, se vasta, no me necesita admirándolo; a lo lejos, entre los árboles me persigue el más macabro aparato bestial, tiras de viento helado me acuchillan a través del algodón pobre y sucio de mi ropa blanca, mas la pradera sigue inmóvil; me arrojo a la fuga, soy leche fría en la llanura, buscando cobijas ausentes, corro en histérica travesía, sabemos que nadie le atina al caos; sé vuelve patente en mí, de un instante a otro, que un segundo en linea recta será suficiente para un tiro certero del segador, hay persecución también dentro de mí por esa idea de la que logro efectivamente escapar, pero la distracción se llevó el premio, el estallido, relámpago y tronar de huesos secos; la planicie: estoica, la caída: fulminante, mueren los espejos oblicuos que advertían, y las cosas chicas de sus estantes mueren, y su adiós cansino rompe los ojos, y todo se precipita entre el pasto inerte, la fuga se completa imprevista, rompe en llanto quien me asechaba en la negrura aquella, cuenta tres tiros rojos, casi negros en el  blanco, y me permite hundirme bajo el pasto ahora más verde, suelta sus ojos y la amencia retorcida que entumece al viento desde que nací entre aquél invierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario