lunes, 11 de noviembre de 2013

Hibisco.

En mi jardín había un hibisco,
era bajo, y claro, rojo...
pero yo también, y rojo.
Sólo sé que me estorbaba el juego
y a veces ligaba un palo,
o unas niñas robándole sus gónadas fascinantes.
Aquel agosto, ese que mencionan,
la tormenta lo hizo leña,
nadie lo escuchó hacerse puré,
desde entonces, incluso antes,
mi jardín fue siempre igual,
poco pasto y mierda de perros.
Hace poco descubrí un árbol,
oreja de negro, timbó,
como cinco metros de alto, todo eso,
al lado de los cartuchos,
entre el esqueleto de caballo salvaje
y el cantero prometido,
un metro y medio más lejos que el hibisco,
había crecido, regio, fornido.
Parece que pasaron los años,
parece que no había jugado más en mi jardín,
hay mucho barro, mucha mierda,
no jugué más con palos, con piedras,
entre las plantas que casi crecen salvajes,
no me vi salir nunca de ese barro,
afuera es igual.

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