sábado, 7 de julio de 2012

Los destinos del siniestro.

Viajar para conocer Asia, Europa, África, Oceanía, América... No, explorar lo que construye el ser humano en el mundo externo no me excita, y ni mencionar que para ser visto como foráneo me vasta con abrir la boca. 
Viajar para conocer a las personas y contactar con lo más heterogéneo de la condición humana... No, si es que la condición humana es ese mar de desechos que se desgarra a sí mismo, por imponerse, por adaptarse a la imposición... y somos los pobres intentos por no morir, me vasta con vivir mis días entre ustedes, las utilidades y los formalismos que los acunan viscosamente.
Pero voy a preguntarme: ¿todo lo intrépido fue a morir escondido en una covacha? ¿Dónde quedó el espíritu de búsqueda y conquista? Seguro que no se está distrayendo en paseos pueriles, ni caminatas por entre los pobres, para que no se me tache de altruista, filántropo, hombre de buena fe y quién sabe qué otras terribles injurias. En todo caso, si lo intrépido va por ahí, casi no caminará. Lo intrépido, según sé, se detendrá en cada uno de los rostros flacos a despertar calambres e inquietudes, a desatar deseos y para abrir manos de palmas que no conocían sus dedos.
Por mi parte prefiero un viaje intrépido a las tierras de ultra-parietal antes que las de ultramar, no hay lugar más lejano que los abismos personales, ni más ajeno que las llanuras psíquicas, ni intentar con algo más increíble que las montañas que el sujeto acumula en el paisaje vasto de su memoria. No existe población más grotesca, excéntrica, estrafalaria, chocante y pintoresca que la de la propia mente, siempre pujante, siempre merodeando la inventiva, la lujuria de la forma, la faena del intelecto. No hay escena más sorprendente ni fauna más repulsiva, maravillosa, intrincada y letal. No existe experiencia más alta, no hay un petulante que no caiga de rodillas ante sus sueños más hermosos, como no hay un guerrero que no lloriquee entre sus pesadillas como una niña que podría ser mi propia hija. Azorados iremos por completo, impávidos, los ojos no darán crédito, garantía ni se harán responsables, ya que estarán radicalmente desconectados de nuestros cuerpos tremulantes, hincados y precarios. Las escenas conmueven aún al más siniestro y aterrorizan al más sádico de los monstruos.
Sí quiero viajar a la locura, en un barco de piedra, con la camisa de fuerza atada a la cintura, fumando el tabaco más dulce de la pipa más curva, vistiendo un chaleco rojo, corto, de seda, con detalles dorados y unos colgajos de tela por pantalones. El capitán un tipo frío, pero un amante sin remedio, la tripulación una panda de borrachos cantores de la peor calaña, y los pasajeros todos mis habitantes, mis goces y penurias.
Que al llegar me reciba la incomodidad vestida de calambre, y balanceando un hacha sobre su enorme nariz, me bese en los labios frondosamente. Luego la rutina de quién visita, charlas de silencios con mi memoria, abrazos espantosos con el amor, gestos de amenaza para mi ego y miradas de recelo con todos los demás, más allá, una sonrisa de sarcasmo y comprensión para mis ideales.
Cuando vuelva quiero que me reciban con un golpe duro en la cara, válganse de lo que puedan, un pedazo de madera, una barra de acero sin esterilizar... que yo voy a procurar devolver una sonrisa, y luego el llanto más largo y hondo y ahogado que puedan aceptar sus órganos perceptivos en conjunto.

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