lunes, 2 de abril de 2012

Cuestión.

II

             André durmió, finalmente. No por muchas horas, sólo durante las que pudo contenerse, unas cinco horas y media.
            Se despertó en el centro de la habitación, en el centro del suelo contracturado, frío, muy parejo para su espalda de hombre mono carcomido, alopécico, sin ímpetus ni ambiciones ya.
            Se sentó, se descalzó, se tocó los pies y dolieron, se los miró con piedad infinita, como ahogando a un niño. Se volcó a su lado izquierdo torciendo el gesto, se agarró el hombro izquierdo con la mano derecha y las cervicales con la izquierda, se tocó la cara para seguir siendo él mismo, y se observó, tendido, mutilado de sus partes invisibles, recién vuelto de una muerte corta.
            Divagó torpemente, surcó fantasías y recuerdos medio verdaderos, triunfó la incongruencia, la frustración del filósofo sin materia. Volvió en sí, otra vez estaba oscureciendo y lo último en su memoria era haberse sentado en el suelo a descansar, había salido a caminar en la noche, y volvía a pleno sol, casi muerto, cuadras como puñaladas, los pulmones cansados de empujar, los ojos perdidos, y una sensación de estar demasiado liberado, desnudo, en caída libre hacia un abismo cáustico. Lo había conseguido.
            Ahora no quiere preguntarse que fueron esos pasos, sería profano, y esquiva el único espejo, el del baño. Se mira las manos y siguen siendo las suyas, aunque ahora los dedos parezcan moverse, y parezcan querer poner al mundo en pelotas y corromper templos fatuos. Embadurnados en grasa de cerdo, claro, para que el cura no sospeche.
            André estaba bien, pero no lo disfrutaba, seguían ahí los muertos pendientes, las preguntas en tono imposible, apuntándole con sus rostros hermosos. Y el esfuerzo por ignorar esas voces dulces, platónicas, era tan desagradable y desgastante como interrogarse.
            Sumido en sus catacumbas, seguido por delirios y supuestos fantasmales, va entre telas de araña y piedra helada. André no quiere buscar, no quiere preguntarse, por respeto o miedo, o amor, o aversión. Y así se busca y se pregunta cómo, incauto, y no se contesta, se mira, se tantea, se intenta, se aprecia a contraluz, cerrando un poco los ojos, frunciendo el ceño, la boca, corriendo en tiempo prestado, buscando un lado cóncavo y una sombra para esconderse de la memoria.

1 comentario:

  1. André es un pobre hombre, destruido por el incontenible dolor de la duda filosofica.. casi puede dolerle su dolor al lector..
    me apiado de tu personaje!
    es brillante lo que logras!
    tu hambiente, tus palabras, creas todo para que el que lee tu cuento se comunique con el.

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