del condenado
en el centro
de aquel cuarto
insípido
despiadado
impersonal y bárbaro
apenas lo ilumina
una única lampara
que pende
sobre su febril sudor
y deja en las sombras
paredes calladas y cómplices
el único impulso
le hará llegar
a la posada
de su último suspirose yergue, apenas
para hundirse de lleno
en el fin de su aliento
Maldito verdugo,
el que me acabe.
Maldita la bestia,
que me desgarre.
Maldito el momento,
que se me escape.
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