viernes, 9 de mayo de 2014

Con las costillas.

Con las costillas.
Primero en la cara, los ojos,
con el frío bajando a la espalda.
Después los dedos, todos los dedos.
Siempre, en seguida, los fantasmas,
como un enano furioso pateándome las pelotas.

Romper algo, sacarte las tripas,
sacarte el sabor de ese instante previo al quebrar,
ese dato último, esa pérdida ya más que dada...
y así doler.
Exterminarme. Temblar.
Burlar y matar con los otros.

Me alivio cuando siento el café bajando,
que sólo habiendo quemado la lengua se deja engullir,
dejando esa estela de cara fruncida.

Pensar en la carótida
corriendo del baño al ropero, otra vez,
a leer algo pesado,
a comerse un Onetti con gusto a sudor,
a jugar con las cosas viejas,
lamiendo la pared con decisión.

Me duele la pija cuando pienso en ellos,
porque yo soy la inclemencia:
soy tragarse los ladrillos,
caminar abajo del agua
y todas esas metáforas de mierda.

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