viernes, 10 de enero de 2014

Ida.

Me miró así. Así, como si exhumara niños feos sin el consentimiento de los tutores designados por el juez, ese, el segundo de atrás para adelante, el que salió duro del baño. Y me miran como si me masturbara entre el público del teatro, porque sólo me conmuevo cuando gritan. ¡No estoy tocando a las niñas dormidas! ¡no me mires así...! Te estoy mirando. Sí, otra vez empiezo pasado de intensidad, ya se me pasa. Mirame.
No parece mi culpa. Yo no lo mate, lo maté yo. Es el presente el que no se ha movido. Sigo ahí, en esa esquina, a esa hora, -con el tipo que apareció por la esquina, el que hizo como que miraba la vidriera, a oscuras, al lado de mi cara de homicidio, a media noche, sin sentido- sigo adivinando las preguntas ensayadas de tus respuestas ensayadas.
Te miro. Busco un retractarte, algún mecanismo, alguna palanca, un besar otra vez. No hay. Todo se va, todo se escurre y se deshidratan las manos que están al final de mis brazos, con ese aire fracturado, ese ardor frustrado.
Desgarro mis reptiles para enfriarme la cara, vuelan las escamas, pero -con permiso- me hundo en tu hombro. Mi cara es un cuchillo. Me disculpo. Hago una broma y algo más que se muere y se evapora. Otras cosas que se mueren con ese gesto en la cara del tipo que no es nada, que muere sin estar a la altura. Me desespero y me despeino con las dos manos. Meto repetidas veces mi mano un poco marrón en el pelo negro, ese, espeso que me se me amontona arriba de la cara, lo violento como nunca, como sabemos que no puedo hacer. Me toco la cara, te miro más fuerte. Hundo más la mano en mi pelo, dos, tres, ocho veces y lo cincho de bronca. No funciona. La cabeza tampoco, y se me escapa una porción de tiempo que guardaba para besarte.
Yo ya perdí la elegancia, ya me revuelco -aunque todavía despacio y con cuidado- en la dulce y esperable mierda. Pero vos no, a vos no te toca eso, no podría, así que corremos a que te vayas. No se apuran tus tacos rotos, ni mi carne, que ya va hecha tiras colgando de mis ojos. Como si todo fuera una escena berreta, pero por suerte, la calle céntrica y mojada de la media noche no nos mira pasar. Por suerte nos ignora el bar repleto. Me da vergüenza pasar al lado de los muertos que duermen en la calle. Y muy tarde me di cuenta de que la luna nos miraba impávida, estúpida. Llegando a la parada del ómnibus suplico, sintiéndome parásito y culpable, por alguna demora. Pero de todas formas te vas, que ya te habías ido, un poco, o que no, o del todo siempre, o que no sabemos dónde estabas.
Y vuelvo, dos cuadras arriba hasta Colonia, y una a la izquierda. Te miro otra vez, adivino siempre los diálogos, aunque no los memorice bien. Otra vez mi danza del perdido que parece programada, y que surge idéntica sin que yo intervenga. Otra vez morder de ojos y cara de aliento irse. Y te vas, una cuadra abajo hasta Mercedes, una a la derecha, otra abajo, y 8 metros a la izquierda.
Y no.

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