Llevo siempre conmigo mi veneno
los dioses cantan las drogas, el dolor;
las flores negras, fuego que despierto;
las rosas blancas que no verán el sol.
Y nunca son los huesos lo que temo,
ni los gritos negros, sólo el olor
y la voz cerrada de hombre muerto,
bajo el jardín, en su propio horror.
Me aterra, en mi pecho turbado
y una lluvia desquicia mis penumbras,
es el llanto de un hombre malvado,
pero en tus ojos tristes platinados;
que extinguen mi sombra, me alumbran;
nunca habrá futuro ni pasado.
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